Totoy Zamudio

Totoy Zamudio

Todo tiene su contexto histórico, social, personal y de vínculos. Mi obra pictórica también. Hoy tengo 48 años y llegué a ser pintor, por un gesto espontáneo de un amigo del alma que como regalo de cumpleaños me dio pinceles, oleos y una tela. Hasta ese momento la pintura no era mi compañía, como sí lo era la música, la improvisación en teclado y voz, la escritura de la poesía. Ese regalo mágico fue casi una epifanía; usarlo fue todo uno, no era yo o no parecía ser yo, era como estar suspendido de las piernas. No recuerdo que pasó con el autorretrato que pinté, ojalá haya llegado también como un regalo. En ese año 1992 supe que sería artista y orienté mis energías para estudiar arte. Me fui descubriendo en el viaje entre lo simple y complejo. Primero llené los espacios, chorreando esmalte y con éste, dibujé figuras humanas primigenias, sintéticas y elementales, perfiles afrentados y dispuestos uno sobre otro, creando tramas de cuerpos con extremidades llamativas y entrelazadas. Luego, experimenté con el computador, pintando sobre un canvas, para ese entonces un tanto inusual en Chile, como es lo digital. Crucé el océano para profundizar el estudio en ello, haciendo pinturas digitales y animaciones sin intervenciones de fotografías ni preconcepciones pictóricas, solo con el gesto espontáneo. Pero allí aún había un principio semejante entre las dos telas, la digital y la del lienzo.  Después evolucionaría hacia una síntesis de la forma y el color, le di movimiento y animación a esos personajes coloridos, juguetones, irreverentes pero entramados en un tejido de vínculos. He puesto mi pintura en el contexto urbano y cotidiano, en murales, etiquetas de cosas pequeñas y grandes, le di volumen para acercarlo al conocimiento de los que no ven, he querido ponerla allí donde los ojos les falta ver el color, equilibrio, unidad y foco, energía y fuerza, riesgo y sobrevivencia.

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